+ El buscador le ha dedicado al genio de la guitarra una exposición en su plataforma Google Arts and Culture, un concierto su ciudad natal y un doodle temático, que será el último del año
LORENA G. MALDONADO / @lorenagm7 / EL ESPAÑOL
Decía Paco de Lucía que lo de la inspiración era una patraña: “Eso que decimos los artistas de la inspiración… todo mentira. A mí lo que me gusta es estar tumbado”, bromeaba meciéndose en una hamaca de su casa de México, sacudiéndose importancias. “Los músicos somos unos chaneladores que siempre estamos con el rollo de la angustia… el artista sufre, sí, pero más sufre un albañil subido en un andamio de seis pisos un 8 de enero. O Bach, que siempre estaba tieso y cada semana tenía que componer una fuga para la catedral de Leipzig. Y sin calefacción ni comida. Y Van Gogh, el pobre, siempre pelao, y sin oreja. Y hoy los artistas nos creemos algo, unos fenómenos…”
La guitarra era su obsesión mutante en pesadilla. Eso es amor: quien lo probó, lo sabe. Llegó a decir que deseaba encontrar algo en la vida que le permitiese no tocar más, poder alejarse de ella, soltarla un rato -desencantarse-, pero le era hasta imposible sentarse a ver el fútbol sin rasgar las cuerdas. Nació en la Algeciras de una España mutilada, en una posguerra sarnosa y sin esperanzas, hace hoy 69 años.
Google ha montado una exposición en su plataforma Google Arts and Culture, un concierto en Algeciras y un doodle temático, que será el último del año.
Para celebrarlo, Google monta un sarao a tres vías: una exposición en la plataforma Google Arts and Culture, un concierto en su ciudad natal -interpretado por sus sobrinos, José María Banderas y Antonio Sánchez-, y, cómo no, un doodle temático, que será el último del año y se publicará en España y en todos los países de Latinoamérica.
PACO Y CAMARÓN
Francisco Sánchez Gómez, semianalfabeto, talentosísimo, creador ecuménico. Un gitano interior con envoltura de payo, refundador del flamenco -mezclándolo con bossa nova, jazz o blues-, hombre parco, digno y sublime. Creció con la nevera vacía, fundó con su hermano el dúo Chiquitos de Algeciras y tomaron -de la mano del italiano José Grego- México, África, Australia y Estados Unidos.
Después, en 1966, se enroló en la compañía de Antonio Gades para llevar la Suite flamenca por toda América. En 1969, el hombre llegó a la luna y Paco y Camarón se hicieron uno, engordando el prestigio de un flamenco que en aquellos años había quedado reducido por el franquismo a mero palmerío, a marca España facilona para adormecer a las masas y montar la verbena mientras el caudillo campaba a sus anchas. Lo internacionalizaron. Lo popularizaron. Le inyectaron un vigor que aún le dura. Entre 1969 y 1979 grabaron nueve discos como nueve diamantes: inagotables hasta hoy, raspa en el ojo de los puristas.
Paco y Camarón se hicieron uno, engordando el prestigio de un flamenco que en aquellos años había quedado reducido por el franquismo a mero palmerío, a marca España facilona para adormecer a las masas
Creía que la barriga se sacia rápido, pero el espíritu no se sacia nunca. Llamaba a la guitarra “hija de puta” y aseguró que jamás se reconciliaría con ella. La tocaba con las piernas cruzadas y las manos raras, en ritual, en trance, en contorsión. Sus colegas decían que se atrevía a cosas prohibidas anatómicamente, musicalmente. Vetadas para el mundo entero, menos para él, que se movía en un páramo imposible entre dos aguas.
“El envoltorio puede ser importante, el contenido debe serlo”. Contaba que, de tanto leer a Ortega y Gasset, terminó por analizarlo todo y casi pierde el sentido del humor. Entonces dejó de consumir filosofía y se entregó a sus platos de cuchara, a sus tintos y a su pesca submarina. A un segundo amor. Y a componer hasta el hartazgo con su amiga extraña de mástil y cuerdas. Murió a los 66 años en México, del corazón. Decía Manolo Salnúcar que Paco era el mejor símbolo de lo que significa una estrella: “¿Por qué? Pues porque Paco… encanta al que no sabe de esto, y, eh: vuelve loco al que sabe”.