Hace 23 años, en un canal donde pasaban videos musicales las 24 horas y que se llamaba MTV (sí, es el mismo de ahora, pero no con la porquería de programación que pasan ahora), hubo una noticia que impactó a los adolescentes de entonces: Kurt Cobain se había suicidado de un escopetazo en la barbilla y fue encontrado en su casa en Seattle.
Fallecía entonces uno de los grandes íconos del rock. Uno más del club de los 27. El último de los grandes rebeldes que a su vez dio comprensión a muchos que en ese entonces pululábamos entre caguamas tomadas a escondidas, fumábamos Alitas, sacábamos la lira para tocarla con la palomilla hasta altas horas de la madrugada, y escribíamos a escondidas porque no todos comprendían tus ideas y forma de ver el mundo.
Cobain era un inadaptado al mundo, aunque yo creo que más bien el mundo no estaba adaptado para Kurt… y muchos nos sentíamos así.
Y no, no había redes sociales, ni celulares para andarle contando a propios y extraños cómo nos sentíamos con dibujitos lelos. Era una realidad muy diferente a la de ahora: yo creo que más real y sin tanto mamaseo virtual.
Recuerdo que en ese entonces quien más resintió la muerte de Cobain fue mi broder Armando Preciado (sí, aquí guardo tus llaves, no ‘tes chingando), pues era quien más estaba sumergido en las letras de Cobain. También me acuerdo que entre las noticias posteriores a la muerte de Kurt, se hablaba de que Michael Stipe, su compadre, le había propuesto tener relaciones homosexuales; y que Eddie Vedder, sumido en la tristeza, estaba pensando seriamente en disolver Pearl Jam.
Tampoco puedo negar que como buen villamelón secundariano, a Nirvana -la emblemática agrupación- la conocí por el amigo Aroche que en la secundaria me roló el cassette de “Nevermind”, que se convirtió en un álbum de culto para la posteridad. De ahí, era inevitable no escuchar la desgarradora voz de Kurt Cobain y sus riffs descompuestos, poderosos, de una guitarra próxima a sufrir la tortura de estrellarse varias veces contra el piso. Era inconfundible los solos de bajo (no sé mucho de música ¿se le dice así?) de Chris Novoselic tan lúgubres o tan animosos; o la ruidosa bataca de un Dave Grohl que hoy conocen como el vocalista de Foo Fighters.
Nirvana creció y maduró, tal como sus fanáticos lo hicimos. Vimos pasar videos como “Heart Shaped Box”, con todo el estilo plástico-visual de Cobain, o escuchar completo el “In Utero”… Recuerdo que precisamente por la falta de internet, pocos sabíamos que existía un disco llamado “Incesticide”, y pasó desapercibido para nuestras mentes.
Cuando revivió Nirvana e hizo sentir nuevamente su poder, fue al realizar aquel solemne Unplugged que se convirtió en otra expresión artística de culto; era como un funeral jarocho, alegre, picarón, con velas y motivos púrpuras, a veces luces rojizas; un Cobain tranquilo, un Novoselic juguetón, un Grohl apaciguado. Aquella grabación en Nueva York nos dejó un Nirvana distinto, el acústico, el creativo, el Cobain que se equivoca en “Pennyroyal Tea”, el desconocido Pat Smears con una guitarra tricolor; la intervención de músicos invitados y los Meat Puppets, ídolos de Kurt. El cierre con el blues de Leadbelly muy al estilo alternativo: “My girl, my girl, don’t lie to me / Tell me where did you sleep last night?”.
Hoy hace 23 años, mi hermana y yo estábamos estupefactos viendo las noticias de MTV (sí, millenials, “emtivi” tenía noticiero) haciendo la cobertura del suicidio de Kurt Cobain. Ahí se veían a los grungeros “seatlenses” llorando a moco tendido por la gran pérdida, mientras millones, del otro lado del cristal, guardábamos minutos de silencio sepulcral: había muerto Kurt Cobain y no precisamente por un pasón. Los fanáticos de la conspiración incluso dicen que su vieja Courtney Love lo mandó matar.
Kurt no sólo era el frontman de Nirvana. Fue el último líder de una Generación X muy vigente, con una conciencia más clara y menos pegada al celular. Fue un portavoz de quienes se sentían desdichados, incomprendidos. Los freakys, los nerds, los sabelotodos, los poetas malditos, los bohemios de las esquinas, los rockeros que viajaron desde los 70 hasta los 90 porque el glam ochentero sólo aputangó al rocanrol.
Se extraña a Kurt. Como nos hace falta en tiempos del muro de Trump. Se nos fue hace 23 años, cuando apestábamos a espíritu adolescente.